El Reverendo Guy Hewitt es Director de la Unidad de Justicia Racial en la Iglesia de Inglaterra. En este artÃculo, comparte perspectivas sobre la justicia racial y la dignidad humana.
La justificación teológica de la justicia racial surge de nuestro ser creados a imagen de Dios (Gén. 1:27), afirmando el valor intrÃnseco en cada persona, al tiempo que reconoce que la imagen de Dios está desfigurada por el pecado. Desde una perspectiva cristiana, el pecado no es el definidor último de la experiencia humana, sino que nuestro Señor Jesucristo ofrece la restauración completa a la imagen de Dios a través de su vida, muerte y resurrección. Seguir a Cristo, como el cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:27), implica un compromiso con esta búsqueda de plenitud en la humanidad a nivel personal y colectivo.
El compromiso de la Iglesia con la justicia racial no es reflejar las tendencias demográficas, ni ser socialmente receptiva persiguiendo la igualdad, la diversidad y la inclusión, ambas loables, ni involucrarse en una guerra cultural, sino que elegimos oponernos al mal y pernicioso pecado del racismo. El mandato de justicia racial no proviene de la polÃtica de identidad, sino de nuestra identidad primaria en Cristo.
Es en el carácter y el ser de Cristo donde encontramos la razón y la motivación para combatir el racismo. Además, el Evangelio llama a los cristianos a confrontar los males de nuestra sociedad, proclamar la buena noticia de la justicia y vivir de acuerdo con el orden social modelado por Cristo, que honra especÃficamente a los marginados (Lc 4:16-21).
Abordar el racismo institucional y el pecado racial no es un anexo teológico, sino un imperativo misional como se establece en la cuarta Marca de Misión, «transformar las estructuras injustas de la sociedad para desafiar la violencia de todo tipo y buscar la paz y la reconciliación». En última instancia, nuestro enfoque de la justicia racial refleja Gál. 3:28, que nuestra unidad en Cristo erosiona las distinciones sociales y nivela las barreras sociales.
Sin embargo, este trabajo se ve afectado por una mentalidad de suma cero predominante, que considera que las ganancias obtenidas por un grupo son una pérdida para otro. Además, el tema sigue siendo discutido, y los enfoques son cuestionados, ya que las nociones de neutralidad y ceguera racial son condiciones que permiten que se realicen la equidad y la igualdad. Con demasiada frecuencia, se pasa por alto la intersección de la injusticia racial con otros problemas de exclusión social.
Nuestro camino de fe hacia la justicia racial está guiado por el imperativo del amor (Mt 22:27-30, Jn 13:35, 1 Jn 4:16). En la Última Cena, nuestro Señor proclama: «En esto todos conocerán que sois mis discÃpulos, si tenéis amor los unos por los otros» (Jn 13:35). Nos llama a convertirnos en «la casa de Dios» (Ef 2:19), no solo una casa, sino «un solo cuerpo» unido en «un solo EspÃritu» (1 Cor 12:13). Los lazos de amor que unen este cuerpo son esenciales para nuestro seguimiento de Cristo, porque «quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4:20-21) y «si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Cor 12:26).
Estamos llamados a responder a ese sufrimiento juntos. Cuando hay gritos persistentes y generalizados de hermanos y hermanas en Cristo, diciéndonos que sus voces no están siendo escuchadas, sus contribuciones no son reconocidas y su plena participación no es bienvenida, Cristo nos llama a responder a esos gritos. La obra de justicia racial es la respuesta a esos gritos.
La narrativa cristiana de la reconciliación nos ofrece una invitación a confesar el pecado del racismo y a reconocer nuestra complicidad pasada y presente en diversas formas de discriminación étnica y prejuicio racial, para que podamos trabajar juntos, con verdad y honestidad, para construir el reino de Dios aquà y ahora. No deberÃa haber perdedores en este camino de reconciliación.
Esta no es una tarea secundaria, una desviación del culto o de la misión de la Iglesia. No es una tarea ajena a la identidad y propósito de la Iglesia, impuesta desde el exterior. Más bien, es esencial para nuestra identidad como aquellos que han sido bautizados, que han bebido del EspÃritu y que están siendo edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, con el propio Cristo Jesús como nuestra piedra angular.

